Capítulo 1 – Acto 3. HHay golpes en la vida tan fuertes, golpes como del odio de Dios

Capítulo 1 Acto 3 - Hay golpes en la vida tan fuertes

“Serán tal vez los potros de bárbaros Átílas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte”.
Con el preámbulo de los capítulos anteriores ya sabes que a los 6 años, casi 7, me endosaron
la etiqueta de diabetes tipo 1; y que hoy, con mis, nunca mejor dicho, dulces 36, lucho contra
las adversidades con una mandíbula que ahora ostenta el glamour de un fragmento de titanio y
escribo estas líneas con la visión de mi ojo derecho desvaneciéndose, como si estuviera a
punto de unirse al club de la media noche que su par inauguró. ¡Qué tragedia!, ¿no? Pero no te
preocupes por mí, no estoy aquí buscando simpatías; creo que solo fui un niño amargado que
somatizó para convertirse en una dulzura, ¿cierto?.


Y a ver, comprendo a aquellos defensores que dicen que el enojo puede elevar la presión y
provocar una diarrea peor que la del recalentado de la navidad anterior. Pero hoy, en este circo
del racionalismo de lo absurdo, asumimos que todo debe tener una causa profunda y
psicoanalítica. No siempre es así, a veces simplemente “hay golpes en la vida tan fuertes”,
como escribiría el poeta César Vallejo entre lágrimas, comunismo y pobreza.


Y es que incluso, al escribir o mencionar estas palabras, no tengo idea si aportarán algo a tu
vida o se desvanecerá en el olvido de la red, como las promesas de un político latinoamericano
con tus impuestos (que, al fin y al cabo, no se diferencia mucho de las intenciones de una
sanguijuela con tu sangre). A veces. Veo al mundo y solo puedo pensar en la epopeya de un
héroe cuyo destino ya estaba escrito en una servilleta sucia al borde de la mesa después del
banquete. Y, en otras ocasiones, imagino que la vida solo es un pequeño descanso en medio
de la tormenta del tiempo, y otras veces, solo quiero jugar a ser el abogado del diablo
desconociendo los momentos adecuados.


Es cierto, a veces sueno tan desconectado que pareciera un político intentando decir la verdad.
A veces, la verdadera virtud reside en aquellos individuos que impactan comunidades y
derrotan a sus bárbaros Atilas. Asi que pareciera no hay más, pongamosle el rostro a la
muerte, incluso cuando sabemos que es una guerra perdida, y sonreíremos ante los golpes de
la vida mientras compartimos y amamos, porque al final del día, esa es la mejor respuesta al
odio del dios pequeño que nos enseñaron de pequeños. ¡Y así, amigos míos, se teje la épica
tragicómica del héroe!


¡Salud por la resaca de lo vivido!

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